Acercándonos a las cosas pequeñas nos acercamos a lo real, los detalles frente a las grandes anécdotas extravagantes y únicas, más lejos de nuestro corazón que las repeticiones diarias de esos pequeños actos de todos los días.

domingo, 3 de febrero de 2008

Hoy toca rollo miedo

Grosz.

Una cruz Alemana
y blanca
clavada en mi pie derecho.

Un rostro de Arena
que mira a lo lejos.

Tropiezo con las piedras
rojas
y es tan fría,
tan metálica la arena.

Quiero huir detrás del viento,
volar más allá del horizonte,
ocultarme bajo una manta cálida.

No quiero ver más
ni el casco
ni su erecto bigote.


Soterraña.

He llegado a la calle Cervantes,
la larga,
la otra,
la de arriba,
buscando eso.

Estoy en el umbral de la casa con la reja de espirales negras y patio de azulejos blancos.

Entro.

El patio pequeño, patio de luces por donde entra la luna.
En medio esta el espejo redondo, inclinado 45 grados hacia el norte,
entre dos paredes que se elevan forradas de cristaleras.
Llenas de salientes cubiertos por endriagos pequeños y dorados, finos y estilizados.
Una casa de pasiones, de luz y de reflejos.

Una puerta que abre la puerta de la vieja cueva.

La de la entrada grande en el exterior
y el paso pequeño y bajo dentro de la gran sala de la columna,
que te obliga a inclinarte si te atreves a cruzarlo.

Pero hay que tener cuidado.

Si ves sus ojos amarillos sentiras que se congela el aire,
que se hiela la sangre en las venas,
que se erizan todos los pelos del cuerpo.
No podras correr aunque te moriras por hacerlo.

No hace mucho volvi a la cueva despues de 26 años.
Ahora es imposible acceder, una alta alambrada la rodea.

"Espacio protegido para murcielagos".

En ella vive una especie autoctona que no anida en otro sitio.

Recuerdo los murcielagos que me son tan familiares.
Tenia 14 años y no tenia miedo,
porque habia crecido con ellos,
porque estaban por todas partes,
en las noches de verano,
en el escudo de la ciudad.

Recuerdo que resbalaba al transitar
entre la entrada de abajo
y la salida de arriba,
y habia una sala con el suelo cubierto por un palmo de excrementos
y ahi siempre resbalaba.

Recuerdo el laminador donde me mojaba las piernas hasta la rodilla.

Recuerdo aquel sitio profundo donde las piedras
caen infinitamente
y el estrecho pasillo pegado a la roca
donde clavaba los dedos.

Puertas que comunican dentro y fuera.

Salgo de la casa como un fantasma,
no he llamado a nadie,
no he querido hablar con nadie.

Tengo que reservar pronto el restaurante,
casi es la hora de comer.

Creo que vine a eso,
no buscando tecnologia.

(*) Si no veis ningun acento, no es que no quiera es que no puedo.

5 comentarios:

Adrià dijo...

Uppsss…
Esteeeeeeeee…
Algunas veces pienso que estas peor que yo.

Y eso no es un halago Jajajajajajaaja!
Me cago en los murcielagos.

Y el restaurante?

Sin acentos, claro…

isabel dijo...

jajajajajajaj!
peor que henry????
mmmmjhhhhhhhkpkmdfkdjpaoe...


no había leido el anterior,
ya te he dejao un hello

beso pa ti y pa lola

Adrià dijo...

Y hoy toca?...

Marta Noviembre dijo...

rollo miedo mola sí. más please.

besos x mil

¿pa cuando vernos los jetos?

Tesa Medina dijo...

Es un recuerdo metálico, surrealista, como una película de ciencia ficción mezclada con una gótica en blanco y negro.

La primera parte es más enigmática. La segunda evoca sensaciones, ese patio acogedor con un espejo que refleja la luna y que da acceso a los ojos amarillos de los murciélagos. Tengo que reconocer que me dan un poquito de miedo.

Meterme en una cueva con cientos de ellos colgados o revoloteando por encima de mí, no me tienta.

La primera vez que lo leí, me pareció muy oscuro. Hoy, en una segunda lectura, creo que está lleno de símbolos, de mensajes, de algo que te inquita desde hace mucho tiempo. Es tu poesía turbia. Me gusta, aunque sea distinta a la del piso de arriba.

Besos, Art