Acercándonos a las cosas pequeñas nos acercamos a lo real, los detalles frente a las grandes anécdotas extravagantes y únicas, más lejos de nuestro corazón que las repeticiones diarias de esos pequeños actos de todos los días.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Make your wish




Sueño que durante unos instantes estaremos pendientes el uno del otro, el instante del flash, la rotación mecánica del objetivo que se ajusta, el sonido del click, encrucijada de novios instantáneos, travesía por esos Bulevares de ARCO: estudiantes que descansan sentados en el suelo, galeristas que resuelven crucigramas, postmodernidad digitalizada y empaquetada en una luz ultramarina, mi idea personal-poética del paisaje. Exhausto como una bestia de carga bajo un millar de impresiones.

(imagen de la pieza Make your wish y texto que la acompaña)

El andén del metro por la noche es una playa ferroviaria inundada por las olas de un silencio intolerable, en la memoria soñolienta desaparece poco a poco la frescura de las imágenes del día, los recuerdos se van codificando en forma de palabras, palabras desplazadas, palabras mutiladas, palabras de otros que resuenan como propias, palabras que también se pierden con la estela de trenes equivocados, que se escapan para siempre como el rostro vacío del niño que consulta adormilado la ventanilla vacía. En el suelo la máquina gastada de Caramelos Pez me transporta más lejos que los caballos eléctricos que retumban bajo el vagón, tal vez sea bueno olvidar para que sea posible la reconstrucción de un mundo en un instante, en un aroma, en un rostro reconocido, en una expresión que ya no usamos, para ser consciente por un segundo de lo maravilloso de las cosas.

Otra victoria como esta y estamos perdidos, y el anuncio de Campari, y el del Corte Inglés, otras 24 horas que pasan de camino hacia la nada, como los cartéles de las paredes, las frases redondeadas de los graffitis, un travelín lateral sobre un paisaje subterráneo, la ausencia tan presente y tan cercana del otro, el compañero nocturno para el que no existo, el metro no es un lugar sino un tiempo, una travesía colectiva entre vidas que emergen por escaleras mecánicas.

Fuera, en la calle, llueve sobre las autopistas, destellos y ráfagas de velocidad metálica sobre ruedas, palpitan los intermitentes en la noche, todo es intenso y breve, rojo, ámbar y verde, y negro. Toda la ciudad parece mi amiga, hoy es mi día y nadie me lo va a arruinar, es posible resucitar de un salto, salta, salta conmigo digo, salta y con un suave balanceo vámonos por ahí, dediquemos una libación a los dioses para que este tiempo viva siempre en su memoria y regrese al cabo de los años como enésimo remake.

Decir el mundo es decir todos los mundos, lo moderno es lo que acaba de pasar mientras hablamos, el pasado lo llevaré puesto al cabo de unos años, porque estará de moda. Hablaremos otra vez de lo mismo pero no como ahora, no de esta manera, tus ojos ya no serán tus ojos, ya no seremos los mismos, ni la música será la misma, enésimo remake de nosotros mismos bajo las luces amarillas de otras farolas.

Esto entre nosotros es una actualización de lo posible como posible, las frases se van formando a sí mismas en el interior de la charla que se abre camino entre la ruidosa atmósfera del local nocturno, nunca probé ese licor de alcachofa llamado Cynar, me sorpredió la película El diablo se viste de Prada, hay muchachas como aquella que llevan ya dibujada en su cara la crueldad de la maruja, todo lo exterior alimenta la conversación, todos somos alimentadores también, todos recorremos la noche al son de la misma música, a pesar de ese grupo de la barra nada recomendable, esos que ostentan con orgullo cierto statement alcohólico-vaciletas. Tengo en casa una botella de Bombay Sapphire pienso mientras pido un par de gin-tonics, está dentro de una estúpida caja azul que le confiere un halo de objeto digno de adoración, y en medio de la botella tiene el retrato de la Queen, será para que subconscientemente vayamos convirtiéndonos en británicos. Regreso de costado con los tubos en la mano y me llega desde una mesa el nombre de Carolina de Mónaco, en la mesa de al lado con rastas y acento italiano comentan la última jugada del Critical Art Ensemble, suena en un móvil la melodía de El hombre y la tierra.


(fragmento del texto para el proyecto de Lola
Lo maravilloso de las cosas)