Acercándonos a las cosas pequeñas nos acercamos a lo real, los detalles frente a las grandes anécdotas extravagantes y únicas, más lejos de nuestro corazón que las repeticiones diarias de esos pequeños actos de todos los días.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

La ciudad que nunca duerme

(continúa de la entrada anterior "Círculos de luz de día")


En la calle la ciudad nunca duerme, la actividad es constante, los bares están llenos desde muy temprano. El café en el bar de madrugada es como un bautismo, te hace tomar contacto con el pulso de la ciudad. En el bar siempre hay alguien que nunca duerme, hay hombres que apoyados en la barra esperan, dispuestos a vaciarme su vida por encima, sorbiendo el café asiento sin haber entendido la mayor parte del relato mientras observo los pájaros tropicales y pienso que si no fuera por la jaula ellos sí serían realmente libres. Ninguna conciencia debe ser tan libre como la conciencia de volar, no depender del suelo ni de la verticalidad, abarcar con los brazos abiertos el espacio. Volar debe ser como abrazar el mundo entero.
Una pareja de policías entra por la puerta, en muchas situaciones la única posibilidad que nos queda es confiar, confiar y apoyar a un tercero, en esto percibimos más palpable nuestra pequeñez e insignificancia.
Ojeo la prensa de ayer, la predicción del tiempo, miro al cielo por la ventana inconscientemente, como contrastando lo que acabo de leer.
Se oye el tren en la estación cercana, la gente se apresura mientras van cerrando los paragüas. Me gusta la seriedad de la gente, la vida real es mucha más rica que lo que muestran los medios de comunicación, en cada persona habitan muchos personajes, las contradicciones personales son el gran valor del ser humano, la gente nunca deja de sorprenderme, unos de otros somos tan distintos como iguales.
Nunca comprenderé las máquinas de premio, tal vez soy insensible al placer de ver caer las monedas mientras se escucha "la cucaracha".
Temprano en el bar los ojos de las mujeres y de los hombres son iguales, no hay diferencia, en todas las miradas solo se ve un día por delante, un día más.
En la calle el aire es frío, me abrocho la chaqueta, me levanto el cuello, las manos en los bolsillos. La ciudad despierta, se pone en marcha, el tráfico aumenta por momentos, por la mañana todo el mundo es serio. Veo conductores que sufren, se enfadan. Me alegro de ser un transeúnte, dentro del coche me ahogo, en pocos sitios siento tan claramente la falta de libertad, en el coche te sientes obligado a seguir adelante, no debes detenerte, si lo haces serás insultado, reducido a la peor condición, oirás amenazas de muerte, dentro del coche es imposible contemplar nada, disfrutar de nada.
Estoy cerca del trabajo, camino un poco más despacio, reconozco una cara, hace un gesto con el brazo y saluda, sonrío, la silueta se aleja y se pierde entre la gente. Llego a la puerta, levanto la cabeza y miró el trozo de cielo que se puede mirar en la ciudad, hay nubes y claros.

4 comentarios:

Adrià dijo...

Hoy no tengo más que decir...

Genial!

Marta Noviembre dijo...

Puedes seguir, ¿por favor? Un abrazo

Gloria dijo...

Tampoco pensaba yo que a estas alturas me encontraría relatos de este tipo.
En fin... eso nos pasa por tener ideas preconcebidas. ¿Te han contado alguna vez aquello de que la gente no viene en pack? ¿O lo de Baldanders?

Tesa Medina dijo...

Dije que volvería, y aquí estoy. Disfrutando de ese relato, siguiendo los pasos del narrador, mirando lo mismo que él mira, porque también me ahogo en el coche, porque me gusta caminar, soy una transeúnte que observa, encuadra, guarda palabras de una conversación cazada al vuelo, miradas.

Me gusta.Bastante.
Besos.